lunes, 20 de octubre de 2008

ERISICTON.

Estoy dándole vueltas al tema de la crisis en general y en particular a la crisis alimentaria sobre todo debido a que me han encargado dos artículos sobre ambos temas. Mi buen amigo Cuenca me mandó hace tiempo, después de una larga y etílicamente intoxicada charla sobre crecimiento, capitalismo y ética, (nos hacemos viejos, ya no hablamos de mujeres) la parte de “Las Metamorfosis” de Ovidio referida al personaje que da título a esta primera reflexión.

Adelanto que mi principal tema de reflexión y preocupación en cuanto a mi pensamiento particular del momento (la crisis alimentaria) es que por primera vez no sobran alimentos en el mundo para dar de comer a todos los humanos. Esto es un sinsentido además de una grave estupidez. Los modelos de desarrollo y la tecnología tienen por base y objetivo el satisfacer necesidades humanas. La tecnología, además, debe hacer la vida más fácil y cómoda. La estupidez estriba no ya en no poner en marcha modelos de desarrollo sostenibles sino en dejar de cumplir con su objetivo: SATISFACER NECESIDADES HUMANAS. La primera necesidad humana a satisfacer es la de la comida y la bebida. Por eso el hecho de que ocurra lo que he señalado me parece grave y estupido. Vayamos con el personaje.

Erisicton personifica a mi juicio la Humanidad en su conjunto en cuanto al modelo de crecimiento que nos hemos dado. El desprecio a la diosa Deméter (o Ceres) le llevó a un castigo aterrador. Esta diosa es la diosa de la agricultura, encargada de dar alimento a los humanos. Su historia, difícil de olvidar, debe ser recordada.

Estando como estoy en fase meditativa, merece la pena aclarar quién era Ovidio y lo que hizo en “Las Metamorfosis”. El gran poeta latino Ovidio, a partir del año 1 ó 2 d.C. compuso el poema mitológico "Las Metamorfosis". En sus 15 libros se cuentan unas 250 fábulas centradas en las transformaciones de personajes mitológicos en plantas, animales o minerales. Gran fuente de la mitología clásica, Ovidio crea historias de personajes que se han convertido en símbolos y palabras tradicionales, personajes como Licaón (de cuya capacidad para transformarse en lobo procede la palabra licántropo), Dafne (convertida en laurel para evitar el amor del dios Apolo), Hermafrodito (hijo de Hermes y Afrodita, de donde procede su nombre, y que la ninfa Sálmacis no pudo conquistar por lo que pidió a los dioses unirse a él en un único ser de doble sexo), Europa (raptada por Júpiter transformado en toro blanco), Acteón (convertido en ciervo por Diana por verla desnuda mientras se bañaba), Eco (condenada por Hera a repetir las últimas palabras que oyera), Narciso (tan enamorado de su propia imagen que murió sin poder apartarse del agua donde se reflejaba y donde se encontró la flor que lleva su nombre), Tiresias (ciego y adivino por distintos dioses), Andrómeda (que debía de ser sacrificada a un monstruo marino de Poseidón, pero Perseo la salvó matando al monstruo), Aracné (que tejía mejor que la diosa Atenea por lo que fue condenada a ser una araña), Atlas (convertido en montaña), Ariadna (hija del rey Minos, cuyo hilo sirve a Teseo para salir del laberinto cretense del minotauro, el cual era hijo de un toro y de Pasífae, esposa del rey Minos), Ícaro (de donde procede el nombre de la isla Icaria, hijo de Dédalo, que cayó por volar muy cerca del sol con sus alas de cera por no obedecer a su padre)... y otras curiosas invenciones (como la trágica muerte de los amantes Píramo y Tisbe que da color a las moras maduras o la muerte de Meleagro por su propia madre).

En el libro VIII, Ovidio cuenta la leyenda del rico Erisicton, príncipe de Tesalia y biznieto de Argos (guardián de 100 ojos que nunca dormía con todos sus ojos a la vez, hasta que Mercurio lo durmió y... bueno, esa es otra historia). Decíamos que cuenta Ovidio que la diosa Deméter (diosa griega de los cereales, las cosechas y de la agricultura, equivalente a la diosa romana Ceres) tenía un bosque sagrado en el que resaltaba una vetusta encina donde vivía la ninfa Hamadríade. Un día Erisicton decidió cortar ese maravilloso árbol a pesar de las advertencias de dicha ninfa. Uno de sus hombres intentó detenerle pero le cortó la cabeza con el hacha. Tras muchos hachazos, Erisicton consigue que la encina caiga y que la ninfa muera.

Deméter, enfadada, quería que Erisicton pasara un hambre atroz, pero no podía porque su trabajo era dar alimentos a los hombres. Por eso, le pidió el favor al Hambre, y esta horrenda diosa visitó a Erisicton mientras dormía y cumplió el deseo de Deméter. En ese momento, Erisicton despertó de hambre y empezó a comer todo lo que podía. Sin poder dejar de comer, Erisicton gastó toda su fortuna y vendió todos sus bienes, incluyendo a su hija Mnestra, que consigue escapar e intenta, en vano, ayudar a su padre que no para de comer, ya hasta las basuras que encuentra. Finalmente, el hambre hizo a Erisicton devorar sus miembros y comerse a sí mismo.

Transcribo la historia de este “actual” personaje integra (tomada de http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12257292019032617210213/index.htm )

Erisicton y su hija

Había acabado y a todos la cosa había conmovido, y su autor, 725
a Teseo principalmente; al cual, pues los hechos oír quería
milagrosos de los dioses, apoyado sobre su codo el calidonio caudal,
con tales cosas se dirige: «Los hay, oh valerosísimo,
cuya forma una vez movido se ha, y en esta renovación ha permanecido;
los hay que a más figuras el derecho tienen de pasar, 730
como tú, del mar que abraza a la tierra paisano, Proteo.
Pues ora a ti como un joven, ora te vieron un león,
ahora violento jabalí, ahora, a la que tocar temieran,
una serpiente eras, ora te hacían unos cuernos toro.
Muchas veces piedra podías, árbol también a menudo, parecer; 735
a veces, la faz imitando de las líquidas aguas,
una corriente eras, a veces, a las ondas contrario, fuego.
Y no menos, de Autólico la esposa, de Erisicton la nacida,
potestad tiene. Padre de ella era quien los númenes de los divinos
despreciara y ningunos olores a las aras sahumara. 740
Él, incluso, un bosque de Ceres, que violó a segur
se dice, y que sus florestas a hierro ultrajó, vetustas.
Se apostaba en ellas, ingente de su añosa robustez, una encina,
sola un bosque; bandas en su mitad y memorativas tabillas
y guirnaldas la ceñían, argumentos de un voto poderoso. 745
A menudo bajo ella las dríades sus festivos coros condujeron,
a menudo incluso, sus manos enlazadas por orden, del tronco
habían rodeado la medida, y la dimensión de su robustez una quincena
de codos completaba; y no menos, también, la restante espesura,
en tanto más baja toda que ella estaba, cuanto la hierba debajo de este todo. 750
No, aun así, por esto su hierro el Triopeio de ella
abstuvo, y a sus sirvientes ordena talar su sagrada
robustez y, como a los así ordenados que dudaban vio, de uno
arrebatada su segur, emitió, criminal, estas palabras:
«No dilecta de la diosa solamente, sino incluso si ella pudiera 755
ser la diosa, ya tocará con su frondosa copa la tierra».
Dijo y, en oblicuos golpes mientras el arma balancea,
toda tembló, y un gemido dio la Deoia encina,
y al par sus frondas, al par a palidecer sus bellotas
comenzaron, y sus largas ramas esa palidez a tomar. 760
En cuyo tronco, cuando hizo su mano impía una herida,
no de otro modo fluyó al ser astillada su corteza la sangre,
que suele ante las aras, cuando un ingente toro como víctima
cae, de su truncada cerviz crúor derramarse.
Quedaron atónitos todos, y alguno de todos ellos osa 765
disuadirle de la impiedad e inhibirle su salvaje hacha bifronte.
Le miró y: «De tu mente bondadosa coge los premios», dijo
el tésalo, y contra el hombre volvió del árbol el hierro
y destronca su cabeza, y, volviendo a buscar la robustez, la hiere,
y emitido de en medio de su robustez un sonido fue tal: 770
«Una ninfa bajo este leño yo soy, gratísima a Ceres,
quien a ti, que los castigos de estos hechos tuyos te acechan,
vaticino al morir, solaces de nuestra muerte».
Prosigue la atrocidad él suya, y oscilando finalmente
a golpes innúmeros, y reducido con cuerdas el árbol, 775
sucumbe y postró con su peso mucha espesura.
«Atónitas la dríades por el daño de los bosques y el suyo,
todas las germanas ante Ceres, con vestiduras negras,
afligidas acuden y un castigo para Erisicton oran.
Asiente a ellas y de la cabeza suya, bellísima, con un movimiento, 780
sacudió, cargados de grávidas mieses, los campos
y le depara un género de castigo digno de compasión, de no ser
porque él era para nadie digno de compasión por sus actos:
lacerarlo con la calamitosa Hambre. A la cual, en tanto que ella misma,
la diosa, no ha de acceder -pues no a Ceres y Hambre 785
los hados reunirse permiten-, de las de numen montano a una,
con tales palabras, a una agreste oréade, apela:
«Hay un lugar en las extremas orillas de la Escitia glacial,
triste suelo, estéril -sin fruto, sin árbol- tierra.
El frío inerte allí habitan y la Palidez y el Temblor, 790
y la ayuna Hambre: que ella a sí misma en las entrañas se esconda,
criminales, del sacrílego, ordénale, y que la abundancia de las cosas
no la venza a ella, y supere en certamen a mis fuerzas;
y para que del camino el espacio no te aterre, coge mis carros,
coge, a quienes con sus frenos en lo alto gobiernes, mis dragones». 795
Y los dio. Ella, con el dado carro sostenida por el aire,
deviene a Escitia, y de un rígido monte en la cima
-Cáucaso lo llaman- de las serpientes los cuellos alivió,
y a la buscada Hambre vio en un pedregoso campo:
con sus uñas, y arrancando con los dientes unas escasas hierbas, 800
basto era su pelo, hundidos sus ojos, palor en la cara,
labios canos de saburra, ásperas de asiento sus fauces,
dura la piel, a través de la que contemplarse sus vísceras podían,
sus huesos emergían áridos bajo sus encorvados lomos.
Del vientre tenía, en vez del vientre, el lugar; pender creerías 805
su pecho y que únicamente por el armazón del espinazo se tenía.
Había aumentado sus articulaciones la escualidez y de las rodillas henchíase
el círculo y en desmedida protuberancia sobresalían los tobillos.
A ella de lejos cuando la vio -pues no a acercársele junto
se atrevió- le refiere los mandados de la diosa, y poco tiempo demorada, 810
aunque distaba largamente, aunque ora había llegado allí,
parecióle aun así haber sentido hambre, y para atrás sus dragones
llevó a la Hemonia, tornando, sublime, las riendas.
Las palabras el Hambre de Ceres -aunque contraria siempre
de ella es a la obra- cumplió, y por el aire con el viento 815
a la casa ordenada descendió y en seguida entra
del sacrílego en los tálamos y a él, en un alto sopor relajado
-pues de la noche era el tiempo-, con sus gemelos codos lo estrecha,
y a sí misma en el hombre se inspira, y sus fauces y pecho y cara
sopla y en sus vacías venas esparce ayunos. 820
Y, cumplido el encargo, desierto deja, fecundo, ese orbe
y a sus casas indigentes, sus acostumbradas cuevas, regresa.
Lene todavía el Sueño con sus plácidas alas a Erisicton
acariciaba. Busca él festines bajo la imagen de un sueño
y su boca vana mueve y diente en el diente fatiga, 825
y cansa, por una comida inane engañada, su garganta,
y en vez de banquetes, tenues, para nada, devora auras.
Pero cuando expulsado fue el descanso, se enfurece su ardor por comer
y por sus ávidas fauces y sus incendiadas entrañas reina.
No hay demora, lo que el ponto, lo que la tierra, lo que produce el aire 830
demanda y se queja de sus ayunos con las mesas puestas,
y entre los banquetes banquetes pide y lo que para ciudades,
y lo que bastante podría ser para un pueblo, no es suficiente a uno solo,
y más desea cuanto más al vientre abaja suyo,
y como el mar recibe de toda la tierra las corrientes 835
y no se sacia de aguas y peregrinos caudales bebe,
y como robador el fuego ninguna vez alimentos rehúsa
e innumerables troncos crema, y cuanto provisión mayor
le es dada, más quiere y por su multitud misma más voraz es:
así los banquetes todos de Erisicton la boca, el profano, 840
acoge, y demanda al mismo tiempo: alimento todo en él
causa de alimento es, y el lugar queda inane, comiendo.
Y ya de hambre y por la vorágine de su alto vientre
había atenuado sus riquezas patrias, pero inatenuada permanecía
entonces también su siniestra hambre y de su inaplacada gola 845
seguía vigente la llama; al fin, tras abajarse a las entrañas su hacienda,
una hija le quedaba, no de ese padre digna.
A ella también la vende indigente: un dueño, noble ella, rehúsa,
y, vecinas, tendiendo sobre las superficies sus palmas:
«Arrebátame a mí de un dueño, el que los premios tienes de la virginidad 850
a nos arrebatada», dice; esto Neptuno tenía,
el cual, su súplica no despreciada, aunque recién vista fuera
por su amo que la seguía, su forma le renueva y un semblante viril
le inviste y de atuendos para los que el pez capturan aptos.
A ella su dueño contemplándola: «Oh quien los suspendidos bronces 855
con un pequeño cebo escondes, moderador de la caña», dice,
«así el mar compuesto, así te sea el pez en la onda
crédulo y ningunos, sino clavado, sienta los anzuelos:
una que ora con pobre vestido, turbados los cabellos,
en el litoral este se apostaba, pues apostada en el litoral la he visto, 860
dime dónde esté, pues no sus huellas más lejos emergen».
Ella, que del dios el regalo bien paraba, sintió, y de que por sí misma
a sí le inquirieran gozándose, con esto replicó al que le preguntaba:
«Quien quiera que eres, disculpa: a ninguna parte mis ojos
desde el abismo este he girado, y con ardor operando, en él estaba prendido. 865
Y por que menos lo dudes, así estas artes el dios de la superficie
ayude, que ninguno ya hace tiempo en el litoral este,
yo exceptuado, ni mujer se ha apostado alguna».
Lo creyó, y vuelto su dueño el pie, con él hundió la arena,
y burlado partió: a ella su forma devuelta le fue. 870
Mas cuando sintió que la suya poseía unos transformables cuerpos,
muchas veces su padre a dueños a la Triopeide la entregó, mas ella,
ahora yegua, ahora pájaro, ora vaca, ora ciervo partía,
y le aprestaba, ávido, no justos alimentos a su padre.
La fuerza aquella, aun así, de su mal, después que hubo consumido toda 875
su materia, y había dado nuevos pastos a su grave enfermedad,
él mismo, su organismo, con lacerante mordisco a desgarrar
empezó, e, infeliz, minorándolo, su cuerpo alimentaba.
«¿A qué demorarme en extraños? También para mí, la de muchas veces renovar
mi cuerpo, oh joven, fue en número limitada, mi potestad: 880
pues ora el que ahora soy parezco, ora me giro en sierpe,
de la manada ora el dirigente, mis fuerzas en los cuernos asumo...
Cuernos mientras pude. Ahora esta parte otra carece del arma
de la frente, como tú mismo ves». Gemidos siguieron a esas palabras

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